martes, 16 de marzo de 2010








Siete puertas
fuera de quicio
Javier Hernández Landazabal



Exposición de Iñaki González-Oribe
Escuela de Artes y Oficios. Vitoria-Gasteiz
Del 12 de Febrero hasta el 5 de Marzo de 2010
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De entrada, siete puertas. Siete puertas exentas reutilizadas como so-porte de la impronta y reconvertidas, al conjuro de la idea, en parodia de sí mismas. Siete puertas sacadas de quicio y de contexto, y trans-portadas a un nuevo marco: el artístico.
Con resonancias de ready-made dadaísta, ni la propia elección del objeto ni su posterior manipulación en superficie es, sin embargo, azarosa ni aleatoria. Tampoco resultado de impulsos nihilistas o viscerales (por no decir violentos). Muy al contrario, la propuesta de González-Oribe (Vitoria-Gasteiz, 1957), tramada y cuidadosamente planeada de antemano, es un guiño que no busca la provocación sino la complicidad del público.
Sí parece, en cambio, compartir con el Dadá la premisa de que “el Arte no es serio” —como ya apuntara Tristan Tzara—, así como un similar descreimiento en su capacidad transformadora y una cierta intencionalidad de juego, mascarada y burla. Todo ello concretado en el escéptico posicionamiento desde el que González-Oribe aborda las grandes cuestiones: Dios, Religión y Muerte. Y otras más cotidianas, de menor enjundia y entidad, pero consustanciales y definitorias de su sociedad y de su tiempo: nuevas tecnologías, prisa e inmediatez, narcisismo, apariencia y vanidad o deporte y alienación de masas.
Con todo, la muestra remite a una corriente lírica y humorística —“ya el surrealismo reconoció al humorismo como ingrediente fundamental” (Moreno Galván)— que, rizando el rizo de la ocurrencia y al sesgo de ismos y tendencias, trufó la pasada centuria de inverosímiles vueltas de tuerca y especial ironía. Una corriente trasversal, ajena a cánones y ortodoxias, capaz de generar una plástica híbrida e inclasificable, rica en hallazgos formales, y oscilante entre el divertimento y el absurdo (aunque no por ello carente de sentido).
Inserta ya en los albores de un nuevo siglo, siguen siendo éstos parámetros de referencia válida para ubicar la obra de González-Oribe. Una obra cuyo peso, sin desdeñar su ineludible componente visual, bascula hacia el lenguaje. Y a través de él, explorando sus límites, mutando el significado común de las palabras y estableciendo un juego de referencias cruzadas, de asociación y analogía, parafrasea la realidad proponiendo un nuevo formato.
De conceptos objetuales cabría calificar las piezas expuestas, aun en el convencimiento de que las etiquetas nunca definen; muy al contrario, generalizan, encasillan y acotan. Sirva la denominación, sin embargo, como intento de acercamiento, como llave de acceso a una propuesta cerrada en su literalidad, pero abierta al doble sentido, al envés de la palabra, al anverso de la imagen, a la cara oculta e imprevista del objeto.